30 junio 2016

EL CABALLO CIEGO

Ya se han contado aquí mas veces recuerdos que vienen a la memoria cada vez que uno recorre los caminos de nuestro término municipal, según la época del año son diferentes, pues era en el campo donde uno comenzaba su vida laboral desde la edad de niño.
Por estas fechas se iniciaban las tareas mas penosas de todo el año. Las plantas de primavera empezaban a secarse, las pajas, el heno,…  Empezaba la cosecha. La festividad de San Pedro, 29 de junio, era una referencia aproximada para iniciar  la siega del centeno. Antes, ya en mayo, se había segado la cebada y esto era un aviso de lo que nos esperaba.
Luego vendría la siega del trigo, el acarreo, la trilla, la limpia, el olor a paja y a muña,… bueno: penalidades tanto para personas como para animales de trabajo.
A partir del día de San Pedro ya no habría descanso. Se solicitaba permiso al señor cura para que, por necesidades y premura de recolección, dispensara a los vecinos de la obligación de asistir a misa los domingos, y venga, dale que te pego a tirar de la oz de sol a sol con lo largos que son los días y sin descanso semanal.
Solo habría una jornada de paro con la obligación de ir a misa: el 25 de julio Día del Apóstol Santiago que los muchachos pasábamos la mayor parte día a la sombra de los chopos del pilar con nuestros juegos y travesuras. (chopos de los que tanto ha gustado escribir a Luis -Colino-)
Por supuesto también la fiesta de San Lorenzo  cuando ya empezaban a declinar estos penosos trabajos.
La generación de nuestros abuelos debió ser  muy dura. La de nuestros padres también, pero mas llevadera. La nuestra mucho mejor y la de nuestros hijos y nietos no va a ser tan buena como la nuestra.

Entre los recuerdos propios  y los que uno ha oído contar destaca con mucho el siguiente:
El tío José de la tía María y el tío Andrés de la tía Eugenia, tenían un molino en el río Uces más abajo de los Pontones ya en el término municipal de Masueco.
Entre los dos atendían la empresa que como todo lo único que producía era trabajo no retribuido para ellos y el resto de la familia que tenía que apoyarlos.
El patrimonio de la empresa no pasaría de un  martillo  y un cincel para picar la piedra de moler, algún costal para recoger la harina, y para transportar el producto un caballo que se había quedado ciego de lo viejecito que era.
Una muchacha jovenzuela de la familia tenía la misión de transportar del pueblo al molino y viceversa a lomos del caballo el grano  procesado, guiando al animal por el sendero escarpado que desde Cabeza Rasa conducía en dirección descendente hasta el molino.
La conductora debía mantener la máxima concentración y sensibilidad hacia el caballo porque si éste sacaba una pata del sendero y pisaba fuera, caería con su carga y tendría que solicitar ayuda para arreglar el accidente.
Escuché este relato varias veces de boca de la conductora del caballo y siempre la escuchaba con el máximo interés, porque afectaba directamente a mi familia.

El tío José de la tía María, era mi abuelo y la muchacha que conducía el caballo era mi madre y ésta se emocionaba en el momento de describir  la alegría que sintió cuando le sustituyeron el caballo ciego por otro joven ya que le parecía mentira poder ir delante del animal sujetado por el ronzal sin tener que preocuparse de donde pisaba el caballo.

Para entender la diferencia me hacia la siguiente  comparación:  “Con el cambio me puse mas contenta que tú cuando  estrenastes el primer coche”

3 comentarios:

Manuel dijo...

Bonita, curiosa y entrañable historia.
¿Y cómo es que has tardado tanto en contárnosla?
Cuántas historias, anécdotas habrá en la historia de nuestro pueblo, que van quedando en el olvido y como no las saquemos, como tú ahora, nunca saldrán a la luz.
Habría que recopilarlas todas en una publicación, que sería curiosa y además evitaría que se perdieran.

-Manolo-

Anónimo dijo...

Manolo tiene más razón que un santo, en cuanto al comentario anterior con el que estoy completamente de acuerdo en su totalidad.
Amigo Lagarto: La emotividad que entraña el tema que expones, vivido en las propias carnes de la persona que te lo comentó, y, en la que estás completamente seguro de que no lo tergiversa, da mayor credibilidad y realismo a las duras condiciones en las que nuestros antepasados tuvieron que desenvolverse para sacar a los suyos (a nosotros) adelante con un esfuerzo casi sobrehumano, como bien lo relatas en el contenido de tu entrada y, algunos de nosotros, aunque con menor dureza, también lo vivimos y, por esa razón, ahora tan bien lo entendemos, sin necesidad de esforzarnos.
Es emotivo y entrañable retornar a las vivencias de nuestra infancia con relatos como el tuyo que, aunque no se desarrolló entre las tecnologías que ahora disponen los contemporáneos de la infancia, sí tuvimos la gran suerte de vivirla en unas condiciones que, posiblemente, no se vuelvan a repetir y se las pierdan los que van llegando después de nosotros; porque, la libertad de hacer nuestro libre albedrío y corretear por las calles del pueblo sin temor a ser atropellado por ningún vehículo, ahora serían imposibles, aunque estén las calles asfaltadas y entonces llenas de barro, pero tenían su encanto.
Saludos. Luis

rosa dijo...

Muy bonita y emotiva historia. Y muy bien contada.Gracias por compartirla.
Rosa.