22 septiembre 2012

MIS COMPAÑEROS DE OTRA ESPECIE


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Pasados los días de bullicio, vuelvo a sentirme envuelto en la tranquilidad que caracteriza a este pueblo y a reconfortarme con animalitos de otras especies que, también ellos se sienten mas animados notando mi presencia.
El tiempo también ha cambiado, se han suavizado las extremas temperaturas del verano, los días son más cortos, y anuncian las primicias del otoño. Hoy mismo está tormentoso, las nubes son frecuentes y advierten de las primeras lluvias. Este cambio continuará progresando y será una constante durante larga temporada en la que dispondré de tiempo para hacerme amigo de otras especies, como ocurrió la pasada primavera:

Un pequeño pajarito, de tamaño inferior al de un gorrión, eligió para construir su nido, el hueco de la carena del motor de uno de los aviones (ya fuera de uso) que decoran el techo de mi garaje
Me resulta curioso que, como lugar escogiera mi casa y como escondite el interior de un aeromodelo. Se me ocurre que la intención del pajarito era satisfacer mi curiosidad y afición hacia todo lo que vuela.
Pues nos hicimos verdaderamente amigos. Mientras él permanecía en el interior del nido empollando los huevos, justo por encima de mi cabeza, yo distraía el tiempo reparando o construyendo algo en el banco de trabajo del garaje. Sólo salía del nido para alimentarse o para defecar. Si a su regreso lo notaba receloso, yo me retiraba para que entrara con tranquilidad. Siempre procuré no interrumpir el proceso de incubación.
Una vez que la cría salió del cascarón, los viajes de la madre (o del pare) –pues no se notaban diferencias aparentes- eran muy constantes trayendo en el pico alimentos para el recién nacido.
En momentos de su ausencia me asomaba al interior para conocer el nuevo vecino y compañero. El nido era una obra perfecta en forma de túnel. Los materiales  empleados pajitas secas para la estructura y musgo verde para el acabado interior que rodeaba todo el agujero y aparentaba un confort equiparable al de una habitación lujosamente enmoquetada suelo paredes y techo.
En el fondo solo se veía un gran pico abierto de color amarillo que, cuando notaba mi presencia retrocedía.
Los padres en sus continuos viajes ya se habían ganado mi confianza y al entrar en el local con insectos en el pico,  se dejaban hacer fotos y se posaban hasta en el banco de trabajo antes de dar el último salto hasta la hélice del avión por donde accedían al nido mediante uno de los agujeros de refrigeración del motor.
Sin duda la cría en ese sitio estaba a salvo de cualquier depredador, pero el día que abandonara tan confortable hogar correría mucho riesgo porque no tendría experiencia de volar en ascendente hasta el aeromodelo y menos de atinar con el pequeño agujero. Por tanto sería una salida sin posibilidad de retorno.
Yo hacia un seguimiento diario de la evolución del pequeño y lo tenía bien controlado. Cada vez era mas atrevido asomándose  a la salida del nido pero sin sobrepasar el umbral. Me preocupaba que pasaría el día que diera el salto hacia fuera.
Una mañana entro rutinariamente al garaje y veo la pareja muy excitada volando a saltitos de pared a pared, a la estantería, a la mesa, al suelo, al tiempo que piaban alborotadamente y, no se si molestaba mi presencia o me solicitaban ayuda.
La sospecha me condujo al morro del aeromodelo y, efectivamente: el pequeño había salido del nido, seguramente detrás de su madre en una de las tomas como un niño imprudente ajeno al peligro, y con su inexperiencia de vuelo solamente tuvo fuerza para no estrellarse contra el suelo.
Lo descubrí agazapado en un rincón bajo una estantería. Quise cogerlo pero se escabulló y se alejó más de mi alcance.
Ante esta situación, que no por esperada resultaba menos preocupante, pensé que mientras no saliera del local, los padres seguirían alimentándolo y protegiendo, en unos días aprendería a volar y lo conducirían a la salida donde gozaría de libertad. Con este convencimiento decidí dejarlos solos y no volver por allí en todo el día para que se tranquilizaran.
Desde el exterior y mientras me dedicaba a otras cosas veía de vez en cuando entrar y salir a los padres por encima del portón, lo que hacía suponer un transcurso de normalidad.
Antes de la hora de comer pasé al interior para ver si el pequeño se había tranquilizado, pero no oí ni ví nada, con lo que deduje que los padres le habrían indicado la salida y ya estarían los tres en el tejado o en los árboles cercanos disfrutando libremente. Solo cuando me di la vuelta para salir vi en el suelo junto al portón por donde solía entrar la madre, a uno de los adultos echando una mirada a su alrededor y creo que también se fijó en mi.
Interpreté este comportamiento como una despedida, en la confianza de que el próximo año volveríamos a encontrarnos esperando un retorno al punto de partida como hacen las cigüeñas o golondrinas que vuelven al mismo sitio, pero también me quedó la duda de que con esta mirada podía estarme acusando de algo.
Ese mismo día después de la hora de siesta, cuando el sol ha superado el cénit del firmamento en su lento caminar hacia el poniente, cuando la fachada de la casa dibuja su sombra en el patio y en el mismo lugar donde el gato pasa el día estirándose, descubro unas plumas de ala y un trozo de patita con sus uñas y que por su color  amarillento pertenecen a un tierno pajarito.
Conozco bien el comportamiento de los gatos porque los he visto cazar. Tienen un oído muy fino y distinguen con claridad el cántico de un pájaro adulto y el piar de una cría. En esta época del año están al acecho de todos los pajarillos que se crían en mi entorno.
No me cabe ninguna duda de que este fue el final de mi compañero animalito que, aunque de otra especie me había encariñado con él, y a pesar del tiempo transcurrido siento mucha pena cada vez que lo recuerdo

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