Algunas veces se dan
situaciones raras que enlazan un inconveniente tras otro a cual mas
estrambótico y parecen increíbles, máxime si el relato coincide con estas
fechas. Aun siendo ya raro, siempre puede surgir otra circunstancia negativa
que la empeora la anterior.
Por tanto los que consideren
esta historieta imposible estarán en lo cierto
y los que si la crean también estarán acertados.
Había llegado el día para que
Roberto y Asunción iniciaran sus esperadas y debidamente preparadas vacaciones,
que incluían un viaje en avión y este era el primer atractivo de su ruta.
Un taxista parlanchín les
acerca al gran aeropuerto y se deshace en describir lo bonito que debe ser el
vuelo un día nublado como hoy cuando, una vez el avión haya atravesado la nube
verán un sol espléndido.
No le prestaban atención,
pues cada uno estaba concentrado en el protocolo a seguir en la terminal,
Roberto se ocuparía de portar el equipaje hasta la zona de facturación y Asun controlará
los billetes para cuando le sean requeridos.
El taxista les despide
deseándoles buen viaje mientras ellos pasan al interior de la primera nave del
aeropuerto y, entre la gente que se mueve en todas direcciones ven una mano que
se agita por encima de las cabezas llamando su atención.
Es la guía de la agencia de
viajes que está reuniendo al grupo que viajará en el mismo avión y destino y a
los que imparte indicaciones a seguir hasta la puerta de embarque.
En los mostradores de
facturación les entregaré sus tarjetas de embarque que han de realizar por la
puerta número 40, pero aún está por confirmar.
La primera en la frente: el
avión va lleno hasta los topes, registra overbooking por lo que las filas están
distantes y ni siquiera los asientos son contiguos. Roberto ha de viajar en el
centro de la aeronave encima del ala y Asun en cola. Se lamentan de la
situación y confían que la azafata les consiga una permuta con otros viajeros
para que puedan sentarse juntos.
Pasado el control de
seguridad, alguien del grupo se erige en guía e indica el itinerario a seguir
para llegar a la puerta nº 40 que según parece quedaba bastante lejos.
Pasando de unas naves a otras
mediante escaleras mecánicas que suben y
bajan, de pronto se abren unas puertas deslizantes donde la gente va como
sardinas en lata. Se introducen como pueden. Una niña de no mas de cuatro añitos en los brazos
de su madre llora enrabietada. Se cierran las puertas automáticas y el convoy
se pone en marcha a gran velocidad por un oscuro túnel que después de siete ó diez
minutos se detiene.
Roberto comenta a su pareja que
habían venido al aeropuerto para coger un avión y terminan de apearse de un
tren. Ella sonríe de mala gana.
Los ocupantes del convoy se dispersan
rápidamente y el grupo sin saber que
dirección tomar pregunta a un empleado por donde queda la puerta nº 40. Éste
indica que han viajado en dirección contraria, por tanto deben deshacer el
viaje hasta el punto inicial y preguntar allí.
Los paneles informativos ya
confirman la puerta de embarque que corresponde a su vuelo y la hora de salida.
Han perdido mucho tiempo por lo que deben darse mucha prisa.
Deshecho el viaje de ida, el
tren se detiene y el grupo que ya no es tan numeroso se encuentra ante la cola
un nuevo control de seguridad.
-
Oiga que nosotros
ya hemos pasado un control,
Ya no había retorno.
Depositen en la bandeja sus pertenencias y vayan pasando. Roberto pasa y el
sistema emite pitido, (lo mismo que ocurre a todo el mundo).
El guardia de turno encargado
del cacheo le dice que saque lo que lleva en el bolsillo trasero del pantalón,
lo deje en la bandeja y vuelva a pasar.
Oiga que es mi cartera, las
tarjetas y el peine son de plástico y los billetes de papel.
Una vez superado este
inconveniente que les hace perder un tiempo que ya no tienen recoge todas sus
pertenencias,… ¿todas? y corren hacia el resto del grupo que ya se perdía entre
la gente. Una joven con chaleco de Cruz Roja conduce una silla de ruedas a la
que intentan preguntar, pero sin dar oportunidad responde que no sabe. Lo mismo
ocurre con la conductora de un carrito de limpieza que rechaza la pregunta alegando que es su
primer día de trabajo en ese puesto y que no conoce la zona. Se detienen ante la puerta de un ascensor
acristalado que los remontará dos plantas donde se encuentra la famosa puerta
nº 40. El ascensor se retrasa, el temor empieza a afectar al grupo y uno de
ellos corre hacia una escalera mecánica en dirección ascendente. Los demás le
siguen.
Atraviesan dos plantas. Allí
la iluminación eléctrica se mezcla con la luz del día y ya ven los aviones;
unos circulando por las pistas de rodadura otros dejando o embarcando el pasaje.
Dos flechas en la pared
indican puerta veintitrés a la uno a la izquierda. Puerta veinticuatro a la
cincuenta a la derecha. Ahora están en la senda correcta pero ésta estaba a mas
de un centenar de metros.
Llegados al punto deseado
están formadas dos grandes filas atendidas por tres empleados: el tercero orienta
a los pasajeros en que fila han de colocarse y como deben identificarse. Los
otros dos van comprobando datos.
Roberto toca el bolsillo
trasero de su pantalón para extraer el DNI y con gran desesperación observa que
falta su cartera. El pánico se apodera de él. Al instante rebobina todo lo
sucedido y concluye que su cartera a quedado en la bandeja del ultimo control
que han pasado.
Un desconocido instinto de
orientación le hace retroceder el camino acompañado de Asun y después de un largo centenar de metros
distinguen mediante las paredes acristaladas dos plantas mas abajo el control
que acaban de pasar.
Un empleado uniformado con
chaqueta amarilla los reconoce y pregunta por el contenido de su cartera.
Roberto se explica atropelladamente y empleado lo tranquiliza.
- Si hubiera venido
cinco minutos antes todo estaría aquí, pero ya se ha tramitado y debe recoger
su documentación en la oficina de la Guardia Civil, y el resto en la Oficina de
Objetos Perdidos.
-
Pasen el control
y les atiende el compañero de al lado.
¡¡Valgamedios¡¡. ¡¡perderemos el vuelo.¡¡ Otra vez el pitido.
Era la tercera vez que
pasaban un control de seguridad
El guardia civil les recibe
de inmediato y después de varias preguntas devuelve a Roberto los documentos. Para
no perder mas tiempo un empleado los acompaña a recoger el resto. La
funcionaria que atiende la oficina de objetos perdidos da explicaciones por
teléfono a la persona que está al otro lado que parece no enterarse bien y
tiene que repetir lo mismo durante siete
o más minutos, por lo que Roberto y Asun dan por perdido su vuelo y sus
vacaciones.
-
¿Qué contenía su
cartera?
-
Los documentos de
identidad, varias notas manuscritas y algún billete de papel.
-
Mire a ver si
está todo.
-
Si. Correcto.
Está todo.
-
Debemos rellenar
un formulario.
Una vez terminada la
redacción se lo pone a la vista y sin leer ni una línea le firma el recibí y se
despide.
-¡Oiga
espere un momento¡
-¿Desea
presentar alguna reclamación por las molestias causadas?
-
Oh: no pordios. Muy agradecidos.
-
Entonces hay que cumplimentar la oportuna observación.
La empleada del aeropuerto
que les ha acompañado se despide de ellos en la senda que conduce a la ansiada
puerta número 40 hasta donde han de caminar un buen rato con la tranquilidad de
haber recuperado la cartera con su íntegro contenido, pero la casi seguridad de
no conseguir embarcar, porque al llegar a este punto han desaparecido las dos
largas colas que recordaban. Solo quedaba el tercer empleado recogiendo las
cintas que dirigían las filas hasta el túnel de acceso al avión.
Abatido y estresado por la
experiencia vivida Roberto pide un café cappuccino de esos que tanto le gustaba
saborear en otros vuelos.
-
Aquí tiene señor:
Está muy caliente. Tenga cuidado de no quemarse.
Lo anterior que Roberto
recordaba era el último sorbo del café, cuando le despertó una voz
aparentemente femenina que ya llevaría un rato hablando y que él empezó a oír
entre sueños ,”… dentro de breves momentos aterrizaremos en el aeropuerto de
destino. Deseamos hayan tenido un vuelo agradable y confiamos verles abordo en
otra ocasión. En nombre de toda la tripulación les deseo una feliz estancia en
este destino” (o algo así)
Seguidamente Roberto y Asun
notaron el contacto del tren de aterrizaje sobre la pista seguido del atronador
ruido de los motores que se activaron para frenar la carrera del avión.
Después de salvar tantos
inconvenientes que no se habían imaginado no saben si lo anterior ha sido una
pesadilla o les ha ocurrido de verdad.
Lo único que tenían claro en
ese momento es que al fin iban a
disfrutar sus ansiadas vacaciones.