Ya se han contado aquí mas
veces recuerdos que vienen a la memoria cada vez que uno recorre los caminos de
nuestro término municipal, según la época del año son diferentes, pues era en
el campo donde uno comenzaba su vida laboral desde la edad de niño.
Por estas fechas se iniciaban
las tareas mas penosas de todo el año. Las plantas de primavera empezaban a
secarse, las pajas, el heno,… Empezaba
la cosecha. La festividad de San Pedro, 29 de junio, era una referencia
aproximada para iniciar la siega del
centeno. Antes, ya en mayo, se había segado la cebada y esto era un aviso de lo
que nos esperaba.
Luego vendría la siega del
trigo, el acarreo, la trilla, la limpia, el olor a paja y a muña,… bueno:
penalidades tanto para personas como para animales de trabajo.
A partir del día de San Pedro
ya no habría descanso. Se solicitaba permiso al señor cura para que, por
necesidades y premura de recolección, dispensara a los vecinos de la obligación
de asistir a misa los domingos, y venga, dale que te pego a tirar de la oz de
sol a sol con lo largos que son los días y sin descanso semanal.
Solo habría una jornada de paro
con la obligación de ir a misa: el 25 de julio Día del Apóstol Santiago que los
muchachos pasábamos la mayor parte día a la sombra de los chopos del pilar con
nuestros juegos y travesuras. (chopos de los que tanto ha gustado escribir a
Luis -Colino-)
Por supuesto también la
fiesta de San Lorenzo cuando ya
empezaban a declinar estos penosos trabajos.
La generación de nuestros
abuelos debió ser muy dura. La de
nuestros padres también, pero mas llevadera. La nuestra mucho mejor y la de
nuestros hijos y nietos no va a ser tan buena como la nuestra.
Entre los recuerdos
propios y los que uno ha oído contar
destaca con mucho el siguiente:
El tío José de la tía María y
el tío Andrés de la tía Eugenia, tenían un molino en el río Uces más abajo de
los Pontones ya en el término municipal de Masueco.
Entre los dos atendían la
empresa que como todo lo único que producía era trabajo no retribuido para
ellos y el resto de la familia que tenía que apoyarlos.
El patrimonio de la empresa
no pasaría de un martillo y un cincel para picar la piedra de moler,
algún costal para recoger la harina, y para transportar el producto un caballo
que se había quedado ciego de lo viejecito que era.
Una muchacha jovenzuela de la
familia tenía la misión de transportar del pueblo al molino y viceversa a lomos
del caballo el grano procesado, guiando
al animal por el sendero escarpado que desde Cabeza Rasa conducía en dirección
descendente hasta el molino.
La conductora debía mantener
la máxima concentración y sensibilidad hacia el caballo porque si éste sacaba
una pata del sendero y pisaba fuera, caería con su carga y tendría que
solicitar ayuda para arreglar el accidente.
Escuché este relato varias
veces de boca de la conductora del caballo y siempre la escuchaba con el máximo
interés, porque afectaba directamente a mi familia.
El tío José de la tía María,
era mi abuelo y la muchacha que conducía el caballo era mi madre y ésta se emocionaba
en el momento de describir la alegría
que sintió cuando le sustituyeron el caballo ciego por otro joven ya que le
parecía mentira poder ir delante del animal sujetado por el ronzal sin tener
que preocuparse de donde pisaba el caballo.
Para entender la diferencia me
hacia la siguiente comparación: “Con el cambio me puse mas contenta que tú
cuando estrenastes el primer coche”